sábado, 7 de mayo de 2016

Los judíos sefarditas: quiénes fueron y quiénes son - ABC.es

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Los judíos sefarditas: quiénes fueron y quiénes son

Día 09/09/2014 - 14.53h

Son protagonistas de la historia de España,
con la que siempre mantuvieron vínculos y a cuya nacionalidad podrían
optar más de cinco siglos después de ser expulsados por los Reyes
Católicos

Los judíos sefarditas: quiénes fueron y quiénes son
Miniatura
medieval procedente de Barcelona y conservada en la British Library de
Londres que refleja la celebración de un rito judío
Un anteproyecto de ley que prevé concederles la nacionalidad española
a sus integrantes ha colocado a la comunidad sefardita en el primer
plano de la actualidad. La medida, que todavía debe concretarse en el
trámite parlamentario, ha suscitado enorme expectación en Israel y en
otros países donde residen. Como explica María Royo, portavoz de la Federación de Comunidades Judías en España, «para muchas personas se abre la esperanza de reparar una injusticia histórica».
Los sefarditas forman
hoy un colectivo numeroso y disperso, cuya indiscutible relevancia en
el pasado español podrían recobrar con una iniciativa legal que promete
devolverles la patria arrebatada hace ya más de 500 años. Pero, ¿de
quiénes estamos hablando? Su peso en la España medieval es reconocido
unánimemente por los historiadores. Uno tan respetado como Américo Castro
escribió: «La historia del resto de Europa puede entenderse sin
necesidad de situar a los judíos en un primer término; la de España,
no». Ha llovido ya mucho desde que en 1492, pocos meses después de la toma de Granada, los Reyes Católicos publicaron un edicto que daba a los judíos un plazo de cuatro meses para convertirse al cristianismo o abandonar sus reinos.
Pese a la leyenda negra y la fama de intolerancia religiosa que la
aplicación de la drástica medida hizo caer sobre España, lo cierto es
que no fueron Isabel y Fernando
los únicos soberanos europeos que optaron por deshacerse de los judíos.
Tampoco el solar ibérico el único que tenía antecedentes de episodios
de violencia antisemita.
En un mundo, el del tránsito del Medievo a la Edad Moderna, en el que
las monarquías tendían a consolidarse sobre los poderes feudales, la
homogeneización política y la religiosa iban de la mano y ambas se
convirtieron en prioritarias. Como otras minorías, los judíos fueron
víctimas de ello. Prueba elocuente es el hecho significativo de que la
Inquisición, concebida como poderoso guardián de la ortodoxia, fue la
única institución que compartieron las coronas de Castilla y Aragón, que en todo lo demás mantuvieron sus peculiaridades a pesar del enlace real entre sus respectivos monarcas.

Conversión dudosa

En España, no obstante, dada la importancia hebrea en todos los órdenes, el edicto de expulsión tuvo enorme impacto. Con el núcleo mejor situado en la ciudad de Sevilla,
los judíos formaban una comunidad próspera en lo económico e influyente
en lo político. De hecho, una de las principales vías de financiación
de las campañas militares de las tropas cristianas contra el reino
musulmán de Granada fue el dinero de los comerciantes y hombres de
negocios judíos. Eso no los salvó.
A la disyuntiva de la conversión o el destierro se dieron diferentes respuestas. Según la estimación del hispanista británico John Lynch,
de un total de 80.000 judíos, entre 40.000 y 50.000 eligieron
marcharse. El resto se bautizaron, pero es dudoso que su conversión
fuera sincera, por más que la Inquisición acosara
con celo a lo que se denominó como «judaizantes», los conversos que
mantuvieron clandestinamente su culto y costumbres judaicas. Fue el
inicio de la fiebre por la pureza de sangre. A partir de entonces, tener
antepasados judíos, por remotos que fueran, cernía sobre uno la sombra
de la sospecha y se convirtió en un estigma que podía vetar el acceso a
cargos políticos o a un mejor estatus social.
Los judíos que abandonaron el país formaron una diáspora
que se dispersó sobre todo por Francia, el norte de África y el Imperio
Otomano. Lynch no duda en asegurar que estos desterrados conservaron
paradójicamente «su lengua castellana y un intenso odio hacia España».

Añoranza y afecto

Ahora, según las cifras que la prensa israelí ha publicado
estos días, los judíos sefarditas forman un grupo de nada menos que tres
millones y medio de personas. En la actualidad se asientan
mayoritariamente en Israel, el Magreb, Turquía y Estados Unidos. Según
explica María Royo, constituyen «un fenómeno único, porque en lugares
como Bulgaria te puedes encontrar gente que habla un ladino (castellano
medieval) perfecto y que mantiene sus costumbres, tradiciones y hasta
los refranes, porque se los han transmitido por vía oral de generación
en generación, no porque hayan pisado nunca España». El odio inicial del
que habló Lynch se transformó, según esta portavoz, en un «fuerte
vínculo de añoranza y afecto hacia Sefarad», el término que la tradición identifica con la Península Ibérica.
España ha sido siempre para estas gentes sinónimo de nostalgia.
Ahora, de confirmarse los planes del Ministerio de Justicia, podría
convertirse además en un hogar de acogida, porque, como cuenta Royo,
«aunque la mayoría no se haya planteado cambiar su residencia, los que
están en países donde sufren el rechazo de la población y las
autoridades locales, como Turquía o Venezuela, tendrían la posibilidad de acogerse a la hospitalidad española».

Sefarditas y asquenazíes



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